Reposaba sobre la cama cuando escuchó un ruido proveniente de la cocina, el baño o el comedor; lo seguro es que había sido dentro del apartamento. Atribuyéndoselo al gato que vio en la entrada, se dejo caer desde la corta distancia que en ese breve momento lo separaba de la almohada.
Otro ruido. Pero esta vez pensó con preocupación que tanto el más peligroso de los humanos como el más inofensivo de los animales podían generar un sonido igual al toparse con algún objeto.
Entonces el gato saltó amigablemente sobre él, pero no como una falsa amenaza que debía tranquilizarlo, sino como una escalofriante verdad: los ruidos no habían sido producidos por el felino, ya que la puerta de la habitación, aunque sin llave, estaba absolutamente cerrada.
Su estomago se heló. Imaginó a una persona, hombre o mujer, quizá de morbosa normalidad, moviéndose por algún lugar del apartamento mientras él permanecía imperceptible sobre la cama. La imagen le produjo un miedo muy mayor al que podría suponer en un monstruo, porque la realidad del pelo, la nariz o el andar erguido de esa persona la hacía sencilla y atrozmente posible. Incluso imaginarla tocando la mesa, pisando la alfombra o mirando por la ventana era causal de pánico.
Ya nada sería lo que fue. Todos esos muebles eran ahora fríos testigos que no pensaban en defenderlo ni dudaban en traicionarlo; alguien podía haber irrumpido con la lujuriosa complicidad de la cerradura, convirtiendo hasta al ridículo florero en parte de una pesadilla insoportable. Su indefensión era tan grave como la de quien intentar respirar mientras se hunde en crueles aguas: lo tenebroso no era el no poder hacerlo, sino que hacerlo fuese peor aún.
Desesperado aunque sin rendirse -como con cualquier esperanza- depositó todas sus fuerzas en algo que sabía insuficiente (a pesar suyo, pues hubiese querido desaparecer mucho antes). Eso único que le quedaba era el oído, ya atormentado por un cerebro histérico que disparaba sin cesar imágenes aún no confirmadas pero muy probables. Estático, comprendió que cada uno de los sentidos puede ser una vía directa de tortura si no es posible moverse.
Alguien abrió la puerta de la habitación, y ante la repentina luz -convirtiéndose cada partícula de aire en suaves puntas de agujas que tocaban cada parte de sus cuerpos- ambos se miraron con idéntico horror.
Otro ruido. Pero esta vez pensó con preocupación que tanto el más peligroso de los humanos como el más inofensivo de los animales podían generar un sonido igual al toparse con algún objeto.
Entonces el gato saltó amigablemente sobre él, pero no como una falsa amenaza que debía tranquilizarlo, sino como una escalofriante verdad: los ruidos no habían sido producidos por el felino, ya que la puerta de la habitación, aunque sin llave, estaba absolutamente cerrada.
Su estomago se heló. Imaginó a una persona, hombre o mujer, quizá de morbosa normalidad, moviéndose por algún lugar del apartamento mientras él permanecía imperceptible sobre la cama. La imagen le produjo un miedo muy mayor al que podría suponer en un monstruo, porque la realidad del pelo, la nariz o el andar erguido de esa persona la hacía sencilla y atrozmente posible. Incluso imaginarla tocando la mesa, pisando la alfombra o mirando por la ventana era causal de pánico.
Ya nada sería lo que fue. Todos esos muebles eran ahora fríos testigos que no pensaban en defenderlo ni dudaban en traicionarlo; alguien podía haber irrumpido con la lujuriosa complicidad de la cerradura, convirtiendo hasta al ridículo florero en parte de una pesadilla insoportable. Su indefensión era tan grave como la de quien intentar respirar mientras se hunde en crueles aguas: lo tenebroso no era el no poder hacerlo, sino que hacerlo fuese peor aún.
Desesperado aunque sin rendirse -como con cualquier esperanza- depositó todas sus fuerzas en algo que sabía insuficiente (a pesar suyo, pues hubiese querido desaparecer mucho antes). Eso único que le quedaba era el oído, ya atormentado por un cerebro histérico que disparaba sin cesar imágenes aún no confirmadas pero muy probables. Estático, comprendió que cada uno de los sentidos puede ser una vía directa de tortura si no es posible moverse.
Alguien abrió la puerta de la habitación, y ante la repentina luz -convirtiéndose cada partícula de aire en suaves puntas de agujas que tocaban cada parte de sus cuerpos- ambos se miraron con idéntico horror.
y???????????????????????????
ResponderEliminarLa amante que tenia las llaves?
La mucama?
El hijo que quiere ir al baño???
Ya son las 8.00 y te traen el desayuno?
Yo me preguntaría quién es el verdadero intruso.
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