El miedo acariciaba diferentes recovecos de sus cabezas, como dedos invisibles rozando cabellos incapaces de defensa. De pronto el temor feroz de la niñez y la cobardía de la madurez se reunían para paralizarlos y a su vez inquietarlos: temblar. La memoria se convirtió en un tren de un solo pasajero que arrojaba paisajes difusos de distintas épocas, imposibles de ver con detenimiento; la marcha hacia un destino sospechosamente indeseado no se detenía.
El lugar era pequeño pero allí la desolación parecía tan grande como la que exponían las ventanas en su transparente interior. La inmensidad sentía vértigo de esos seres, lejos de lo lejano. En lo cotidiano sonidos hostiles y objetos que nunca vivieron pero que también sufrían. Más miedo, latente, constante, como llegando a un limite que siempre se extiende; un fin sin fin es la clave de su tortura.
Ya nada podía pasar; es decir que era el instante para que todo, sobre todo lo peor, pase. Entonces alguien se abalanzó sobre el hombre. Otro sobre la mujer. Un abrazo desesperado en realidad; el encierro más libre.
Mientras tanto, la soledad esperaba su momento con enfermizo recelo.
Quedaba mucho tiempo de tormento aún, pero, al menos por esa noche calidamente eterna, estaban a salvo.
El lugar era pequeño pero allí la desolación parecía tan grande como la que exponían las ventanas en su transparente interior. La inmensidad sentía vértigo de esos seres, lejos de lo lejano. En lo cotidiano sonidos hostiles y objetos que nunca vivieron pero que también sufrían. Más miedo, latente, constante, como llegando a un limite que siempre se extiende; un fin sin fin es la clave de su tortura.
Ya nada podía pasar; es decir que era el instante para que todo, sobre todo lo peor, pase. Entonces alguien se abalanzó sobre el hombre. Otro sobre la mujer. Un abrazo desesperado en realidad; el encierro más libre.
Mientras tanto, la soledad esperaba su momento con enfermizo recelo.
Quedaba mucho tiempo de tormento aún, pero, al menos por esa noche calidamente eterna, estaban a salvo.
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