Perdido

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Por Mauro Borione

El señor Fernandez necesita una cosa. Lo perturbador de perderla, además de los obvios pormenores que apareja el no disponer de algo propio, es que sea uno mismo su único responsable, el causante de un abandono extrañamente obligatorio e indeseado. La fidelidad de la cosa se torna cruel, siquiera con la mayor voluntad consigue que realice un mínimo esfuerzo por acercarse; su imparcialidad es insoportable: para bien y para mal le dice «aquí estoy» desde un lugar cercanamente remoto.

Para apalear la amargura que le produce no encontrarla, aunque con igual impotencia, comienza a recordar (encontrar) momentos de gloria cotidiana en que problemas como este finalmente se resolvían. Resulta difícil, lejano como esos recuerdos, imaginar que suceda ahora.

Como una rebelión de los objetos, algunos desaparecen o son encubiertos por otros. «He buscado en cada rincón del lugar, no salió de aquí, es prácticamente una fantasía que no esté. Irracional. Y cada vez que vuelvo a buscar de diferentes modos, me resulta más increíble. Ya no tengo fe en ese recoveco aún no inspeccionado. Los he revisado todos.»

Detiene la búsqueda por un momento, en parte por cansancio y en parte por la esperanza desesperada de que la cosa finalmente aparezca de la nada. El cansancio tarda bastante más que la esperanza en irse. Se pone de pie. Da vueltas. No está ansioso, ya lo estuvo antes; que la ansiedad fuese un estado largo y prolongado hubiese sido prácticamente contradictorio con su condición: esperar durante mucho tiempo que algo ocurra inmediatamente. No teme a sentirse resignado, pues sabe que nadie puede resignarse por completo, nadie tiene tal poder negativo. La esperanza ha vuelto. Mas vueltas porque ya no está cansado. Cae en la cuenta de que encontrar ese objeto es lo único que le importa, y que no podrá hacer nada hasta conseguirlo.

—¡Aquí está! —dice eufórico entre bendiciones y maldiciones. Pero ¿dónde estoy? —se pregunta casi al mismo tiempo, con tal sorpresa que supera a la anterior.

Nadie lo encontrará. Hace tiempo que ya nadie lo recuerda, solo faltaba que él mismo se perdiera, junto con aquella cosa inanimada que en todo momento lo esperó.

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